jueves, 15 de mayo de 2014

el espíritu de los tiempos (41)



Reza el tango de Gardel que veinte años no son nada, que es febril la mirada, errante en la sombra, cuando te busca y te nombra. Y menos cada vez, y un poco más lejos. La distancia tan rauda y tan veloz que al paso diario no pareció tanto, pero que al cabo del camino el trecho se percibe más largo. Cómo decir que todo se quedó allá, que el espacio se encogió hasta desaparecer, si el tiempo se esconde, y  se dilata a través de los momentos fugaces que vuelven como sueños, en sueños. La taza de café, negro, solo, en su porcelana blanca frente al sol que a veces se deja ver por la ventana para decirte que hoy quizás sea un buen día y después abrir la puerta, si no la de fuera la de dentro, y avistar la nueva mañana. Y es el caso que no me gusta mucho el café solo porque prefiero la compañía, desayunar hablando a una tostada que por descuido acaba siempre quemada.
          Reza el tango de Gardel que al volver, con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien. Que la vuelta me volvió viejo aún siendo joven, que el camino me quitó a mí mismo de mí, que buscándome después solo encontré trozos con que reconstruir este puzzle parcial que he acabado siendo. Y no soy infeliz. Tampoco tengo la felicidad completa. Una buena mujer y dos hijos que a fuerza de crecer ya son más altos que yo.
          - ¿Qué tal el día, papa?
          - Bien.
          Los días se fueron y ya contaron 7000, siete mil días con sus noches, siete mil noches atornilladas entre sí a un calendario cambiado veinte veces para que siga siendo el mismo ya sin serlo. Y después, al cabo de todos ellos, todavía la mirada errante en la sombra te busca y te nombra, Isaac, aunque solo en voz baja, para oír de nuevo el nombre que un día fue mío, recordando tu mano y tu labio alrededor de mi boca en tu cuerpo, el tiempo en que te odiaba por decirme te quiero al oído. Mientras rozabas mi piel como sin querer apenas; hoy intento recordar su tacto no solo por nostalgia sino también por todo aquello que aún representaba. ¿Dónde te quedaste? ¿Dónde estás? La calle te acogió y no te abandonó, tú a ella tampoco. Las baldosas con su tímido reflejo después de llover, si es que salía el sol, el hambre perenne siempre al acecho sin dejar pensar, la basura que había siempre cerca, tan cerca del suelo que el cielo quedaba infinito allá arriba, encima de las casas.
          Después de todos estos años solo permaneces como una intención, el propósito de una incomprensión asegurada. El mito romántico fue tu ideal, como camino trágico de vida que acabó por enajenarte a tu mundo de papel, y de allí querer saltar a la eternidad, sin saber, o quizás sabiendo, que la eternidad solo es de quien vive el momento, no del que lo  aspira en un futuro incierto sino del que lo expira cuando lo tiene. Tal vez aquellos fueron tus momentos eternos y tú lo sabías;  quizás sabías que no tendrías más momentos; quizás no sabías que no tendrías más momentos; quizás no sabías nada de nada y solo te dejabas llevar. Podrías haber venido conmigo y salir de allí, yo lo puede hacer, tuve suerte y acerté. También jugaba con ventaja. Pero ¿y tú? Querías ser mártir anónimo de tu propia causa, inmolarte en sacrificio en honor de tu dios particular, para demostrar a un mundo que no sabía de ti que tú también habías vivido, dejando el legado de un testamento aún por materializar. Debería ser la belleza el camino a la verdad, borrar lo contrario para desintoxicar el mundo del que parecía te querías apartar. Comprendí tus razones, yo era hijo pródigo y tu hijo maldito, la razón del sentimiento adverso que uno nunca quiere encontrar en su camino. El arte, la plasmación de la belleza, el saber comunicar la voz propia reflejo de los demás, haciendo arte de tu vida, artista perdido. Hoy sé que tuviste éxito en tu propósito porque al menos yo aprendí de ti a iluminar el hueco taciturno que a veces se suele oscurecer. Yo, en cambio, no lo sé, ya no parezco el mismo, no soy el mismo ni mis pretensiones tampoco. Una vez pasada la juventud la vida adquiere distinto color, pierde el brillo de la incertidumbre expectante de la ilusión aún por realizar, viendo cómo las puertas se cierran definiendo el recorrido que hay que seguir. Continuar por un pasillo sin opción a abandonar, solo de pararte.
          Esta tarde Xania ha quedado con las amigas. Hoy es Martes, toca. Y los chicos también, con las suyas. yo estoy solo en casa, veo el parque un poco a lo lejos. Hoy es Mayo. 23 de Mayo. Siempre me ha gustado Mayo, como las Xanias, porque es curioso cómo un nombre tan extraño ha ido marcando mi vida, que incluso recuerdo a una enfermera que se llamaba así. Xania me quiere y yo también la quiero a ella, pero hay ciertos detalles que nunca le he contado ni podría contar. Ella es diferente a mí y hay cosas en las que no  mantenemos opinión común. La quiero quizás por eso, porque nunca la he comprendido del todo. La misma incomprensión que hace esconder el deseo, o la justificación, de aquello que por desconocimiento nos atrae. ¿Qué existe de placer en un juego donde no hay lugar para la sorpresa? La rutina desgasta poco a poco hasta limar todas las esquinas, puliendo la base hasta no dejar huecos donde no esconderse de uno mismo de vez en cuando. y es tan cómoda como el sillón que te atrapa delante del televisor, donde con solo el mando a distancia ves pasar el tiempo sin darte cuenta. Esta tarde Xania ha quedado con las amigas, las mismas de su infancia. Yo, sin embargo, ya no conservo ninguno de aquellos con los que jugué a ser mayores. Y aún hoy, todavía recuerdo de vez en cuando a Bormano, el sol que brillaba más que yo y que quizás por eso se apagó antes, como la bombilla que al explotar desaparece. Vivir, con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez. Porque aquellos tiempos, sobre todo los primeros, fueron buenos. La otra Xania, su corte de pelo, su caricia con los dedos, el champú que suave se iba deslizando por mi cabeza, como mis pensamientos, mientras ella sonreía y callaba, a saber que estaría pensando, a saber qué piensan las personas cuando están calladas. Su recuerdo también se ha difuminado, perdió la línea en el trazado, y ahora ya no sé si fue así o de otra manera, porque lo importante es lo que queda, real o no, de todo aquello. A veces pienso que esa Xania, lo mismo que ésta, son la misma. y que en  esta vida no he hecho otra cosa que perseguir un ideal femenino representado en ellas, antes y ahora, donde poco importa el nombre propio de cada una, sino su significación.

poesía nº 308



No te conozco bien.
Nunca te conoceré bien.
Cuando te miro no sé qué pensar,
y cuando pienso no sé qué mirar.
Mejor guardar el mar
en mi bolsillo de cristal;
no sea que las olas
rompan mi muro de ingravidez
y tornen en ser humano
el ángel que soy y que ves.
Juntemos nuestras manos,
despacio,
con suficiente espacio
para que la mente pueda respirar
sin dar lugar
a que los sentidos se despierten;
no quiero matar
mis pensamientos más puros
por culpa
de tus preciosos ojos oscuros,
que como fuego negro
iluminan tu mirada
y pueden quemar mi piel.
No te conozco bien
y nunca te conoceré bien.
Nunca sabré lo que pensabas
porque no me lo dirás
y nunca sabrás lo que pensé
porque no te lo diré.
Exótica, tímida,
Eres una flor hermosa
que duda muda de su propio ser,
de la vida que desea vivir a toda costa
y del amor que busca sin cesar,
de los espejos en los que te observas
para hallar la verdad.
¿No te han dicho que el amor
no se busca, se encuentra?
¿No te han dicho nunca te quiero
con la fuerza y la pena
del que se marcha sin saber
si lo volverás a ver?
¿No te han regalado
la luna llena
en abril, en agosto y en enero?
Amiga mía,
mi querida amiga,
no te conozco bien
y nunca te conoceré bien.
Tampoco lo espero.
Y es posible
que al final de todo esto
solo quede esta poesía,
y el recuerdo, tal vez, todavía,
de lo que pudo ser
y no fue por respeto.
Encontrarás el mar
que buscas donde zambullirte
antes de herirte,
y yo seguiré remando
intentando llegar a puerto.

miércoles, 14 de mayo de 2014

chistes (81)




- Cariño, ¿He aparcado muy lejos de la acera?
 - ¿De cuál de las dos…?


Llega un vampiro a su casa lleno de sangre y su esposa le pregunta:
- ¿donde conseguiste toda esa sangre? ¡A ver, dime!
Y le contesta:
-Pues mira,  ¿vez esa pared?
-Sí
-¡Pues yo no la vi!


Él preguntó:
-¿Por qué vosotras las mujeres siempre tratan de impresionarnos con la apariencia, y no con la inteligencia?
Ella respondió:
-Porque hay más posibilidades de que un hombre sea estúpido que ciego.

El humor con elegancia

Todos deseamos. ¿El qué? Cada uno tendrá sus preferencias… como dicen en mi tierra, cada loco con su tema. Pero es curioso, casi todos preferimos los chicos o las chicas guapas, los ferraris y los mercedes, los billetes grandes y con muchos ceros que los que no tienen ninguno. Es decir, y qué casualidad, al final, dentro de nuestra propia individualidad, casi todos deseamos lo mismo.
Del mismo modo, y aunque muchos lo neguemos a veces, la opinión de los demás sí nos importa, sí que realizamos determinados comportamientos con el fin de que los demás nos den su aprobación. Y aún más todavía, esa aprobación nos hace sentirnos mejor con nosotros mismos. Siempre es más agradable recibir una alabanza que una crítica, aunque quizá la alabanza no nos beneficie y la crítica nos ayude a avanzar.
Decía William M.Thackeray que “el buen humor es el mejor traje que puede lucirse en sociedad”. Yo, personalmente, no lo sé, porque no soy modisto, pero sí que pienso que es un traje lo suficientemente atractivo para que los que te rodean se fijen en él.
Thackeray tenía razón, creo. Sin embargo, se olvidó de definir eso de “el buen humor”. ¿Qué es eso del “buen humor”? ¿Estar contento, alegre? ¿O se refería a otra cosa?
Según mi criterio, se refería a humor de calidad, porque lo bueno suele ser de calidad. Y esto nos lleva a otra pregunta… ¿qué es humor de calidad? Seguramente ese humor que nos hace reír mucho, a carcajada suelta, cascadas de risas. Vamos, que es muy gracioso.
Hasta ahí, creo que todo es perfectamente lógico. No obstante, quiero recalcar otro aspecto, para mí, fundamental. Y es la elegancia. Porque existe mucho humor muy gracioso, pero que muchas veces cae en lo cutre, en lo chabacano. Que te hace gracia a costa de los demás, a costa de mofarte del que no se puede defender, del que se cae y se rompe la pierna por tres partes, y después ¡mala suerte! se le cae un jarrón encima porque al intentar levantarse ha tirado una columna de mármol que lucía en el hall. Eso tiene gracia en una película, pero si te pasa a ti, o a tu madre, ya no te ríes tanto, y es más, te fastidia que se rían los demás.
El humor elegante es aquel humor que consigue hacer reír, o por lo menos sonreír, sin necesidad de elementos negativos que caigan en el mal gusto, en el chiste fácil. Es aquel que demuestra inteligencia, porque la inteligencia es respetada por la gente inteligente; es aquel que al que lo recibe, lo escucha o lo ve, le hace sentirse mejor y más valorado, rebotando, proyectando, esa sensación de bienestar hacia quien la produce.
No es buen conversador quien habla bien sino quien escucha mejor, ni mejor amigo quien te da un buen consejo sino quien acepta tu decisión. Digo esto porque a todos nos encanta sentirnos el centro del mundo (¿acaso yo no soy el centro de mi mundo…?). Sin embargo, el humor elegante es el que da lugar a que el que lo recibe se sienta ¡él! el centro, el eje principal, porque el protagonista es quien lo recibe, no quien lo realiza.
Mucho podríamos hablar de todo esto. Yo, simplemente, quiero lanzarlo como reflexión de un calado mayor, más importante: ¿Se puede mejorar la sociedad con un humor más respetuoso, menos estereotipado, más educador? Al fin y al cabo, el humor solo es un producto social, un reflejo de la sociedad donde se desarrolla. Y es que cuando hacemos la gracia o nos reímos de la gracia, proyectamos un tipo de sociedad determinado. ¿Y es ésa la sociedad que queremos?
El chiste te lo dejo a ti, a ver qué me cuentas…