jueves, 23 de enero de 2014

el espíritu de los tiempos (16)



Apenas habíamos acabado de comer y ya estaba anocheciendo, metimos todo en el nuevo lavaplatos y nos fuimos Isaac y yo a jugar un billar. Pasé por la peluquería donde trabajaba Xania y quedé para después del trabajo, le di un beso y nos marchamos tan rápido como habíamos llegado, a Xania no le gustaba que le visitasen en el trabajo. Fuimos al mismo sitio de siempre, nos acercamos a una de las mesas que estaban vacías y pedimos unas cervezas. Sacamos las bolas y rompí; creo haber dicho que nunca meto cuando rompo, pero aquella vez dio la casualidad que metí dos, o mejor dicho, ellas se introdujeron. Era Martes y hacía frío y no tenía visos de cambiar hasta comienzos de Febrero; era Martes, aunque podría haber sido cualquier otro día de la semana, no había mucha diferencia entre ellos a excepción de la poca gente que había en el lugar en ese momento. Metí otra bola en la esquina y fallé el siguiente tiro, la bola blanca no quiso tomar la dirección precisa para rozar lo suficiente a la naranja.
            - Parece que este frío no nos va a dejar en paz - dijo Isaac echado sobre la mesa apuntando el taco a la bola blanca.
            - Tranquilo, algún día acabará y volverá el calor.
            El chocar de las bolas produjo un sonido seco y fuerte sobre la mesa verde. No acertó.
            - Sí, pero tantos días de frío llegan a cansar.
            - Pues espera con paciencia, todavía queda para rato.
            Era el octavo día consecutivo que íbamos a jugar al billar a aquel mismo sitio, se estaba convirtiendo en una pequeña costumbre después de la comida, cuando anochecía, como siempre. Horas jugando en la misma mesa para matar el tiempo; sin embargo era un juego entretenido, comenzaba a entender la razón por la cual a Isaac le apasionaba tanto, hacía falta una habilidad especial para conocer este juego. Miraba las bolas y comenzaba a distinguir las trayectorias más adecuadas, con las cerveza en una mano y el taco en la otra el arte del tacto al servicio de la inteligencia. Poco a poco, al discurrir de los minutos, el local fue llenándose paulatinamente hasta ocupar todas las mesas, llenas de cafés, cervezas, colillas y ceniza, palabras que poblaban la atmósfera que nos circundaba y que nos hacía turbios los ojos.
            Mirando la bola roja, esa bola que resalta sobre el tapete, el sonido de la puerta, brusco, demasiado brusco, hizo girar la cabeza de algunos de los que allí estábamos observando cómo un tipo extraño de cara macilenta entraba y a punta de revolver encañonaba al camarero, el dueño de aquel su refugio inquebrantable, con los ojos exaltados, los dos, uno a cada lado de la barra, la mano a la registradora y los billetes rápidos como el viento se van con el de la pistola detrás de la puerta corriendo. Unos cuantos gritos, apenas medio minuto y todo había pasado. Ni un disparo, ni un movimiento, solo la pistola y la caja registradora, una caja registradora con apenas unos cuantos billetes de poca monta, cosecha de unas horas, que no saben a casi nada.
            - ¿Lo has visto? susurré a Isaac.
            - Joder, ¿Cómo no lo voy a ver? -respondió él con el mismo tono.
            La cara del camarero volvió a recuperar lentamente su color habitual, con las palabras descompuesta escupiendo insultos de impotencia detrás de la barra, seguía en el mismo lugar, inmóvil, quieto, maldiciendo al yonqui, al maldito yonqui que le había robado el dinero sin tiempo para respirar. Con la cara descubierta. Con la cara de ansiedad. Unos chutes y luego volvería la misma historia para otro, tal vez para el mismo.
            - Si no sabe que no se meta - dijo Isaac volviendo sobre la mesa para coger la cerveza, beber, coger e taco y apuntar a la bola blanca sin apenas inmutarse.
            Isaac parecía tranquilo; los de las otras mesas comenzaron a montar un pequeño tumulto, la sangre había vuelto a regar la cabeza poniendo en funcionamiento el cerebro y las ideas, parecían estar nerviosos. Yo también. Isaac metió la bola y continuó agachado sobre la mesa. Alguien podría haber muerto, yo podría haber muerto, nunca me han gustado las pistolas.
            - Joder tío, ¿Cómo puedes estar tan tranquilo después de lo que ha pasado? - le pregunté con el nerviosismo que todavía albergaba mi cuerpo.
            - ¿Y qué quieres que haga? - dijo levantando la mirada hacia mí desde la mesa - solo ha pasado lo que has visto, no me des más vueltas.
            Volvió a meter otra bola, pese a todo estaba teniendo buena tarde.
            - Creo que esta partida te la voy a ganar.
            Decididamente estaba tranquilo. Sin embargo la siguiente jugada falló; cogí el taco, lo acaricié y busqué las bolas sobre el tapete, respiré un par de veces y lancé la bola blanca contra el vacío.
            - Cuida ese pulso.
            A los pocos minutos llegaron varios policías para investigar por lo sucedido, interrogaron al camarero y a algunas personas de las mesas más cercanas a la barra, después se fueron. No me gustaba verlos cerca, nunca me había gustado y desde hacía algún tiempo menos todavía. Isaac seguía con la partida, las bolas desparramadas entre las cuatro bandas sin una lógica definida y el camarero detrás de la barra; ni siquiera había cerrado pese al suceso, decía que nunca cerraba antes de la una y que hoy tampoco lo haría, la denuncia iría después. El negocio es el negocio. Volví a la pistola, a la cara de aquel tipo, la misma cara de Sky Walker en busca de su montura, uno más, otro más, para subirse encima y luego pudrirse lentamente por dentro y por fuera sin importarle el  maquillaje. Cogí el taco y volví a fallar, podría haber matado a alguien, me podría haber matado a mí, qué hubiese sido entonces de todos mis sueños sin cumplir, maldito yonqui de mierda, pobre valiente necesitado de fantasía, robando para alimentar un poco más la jeringuilla, dinero rápido y fugaz gastado en caballo, caballo desbocado que había que comprar, yo solo lo vendo, no te lo meto por intravenosa, de algo hay que vivir, no tengo la culpa de tu derrota, pobre desgraciado que has perdido todas las entradas para regresar a casa.
            - A ese tío le vi un día en casa. Vino a comprar algo - murmuró Isaac tomándose un trago.
            - ¡No jodas!
            - Hace unos meses, justo después del verano, vino con otro; después creo que no han vuelto. De todas formas ya no volverá más.
            - ¿Cómo puedes estar seguro?
            - No lo estoy, solo lo creo - dijo Isaac metiendo la negra en el lugar adecuado y acabando la partida - ¿Nos vamos?
            Al marcharnos miré ligeramente al viejo camarero; ahora también sabía quién era el tipo de la pistola. Mala suerte, malos problemas, yo no era el culpable de ellos, ahora conocía el reverso de su moneda, pobre desgraciado, yo también tengo que vivir de alguna forma, el aire no alimenta. Fuera seguía haciendo frío, mucho frío. Si no la vendía yo lo haría otro, de eso estaba seguro, no era mi problema, no era mi culpa; sin embargo no entendía por qué en lo más dentro de mí algo me pinchaba con un aguijón en la conciencia dejándomela intranquila.



            Me acordé de aquella cara durante mucho tiempo, demasiado. Volvimos muchas veces a aquel lugar a jugar al billar pero no volvió a pasar nada. El frío continuó como había pronosticado el hombre del tiempo, hasta mediados de Febrero duró, y luego una ola de calor hizo que pareciese que había llegado la primavera; pero solo era un espejismo. El tiempo se estaba volviendo loco, casi como las personas; algunos decían que era debido a un agujero que había aparecido en la capa de ozono, a muchos decían otros, había quien decía que nada de eso era cierto, que solo eran ciclos climáticos que se repetían, que se habían repetido y que se volverían a repetir. La cuesta que había comenzado en Nochebuena no había dejado de descender, lentamente, pero sin descanso; en el pequeño barco de madera empezaron a aparecer pequeños agujeros, cada vez más grandes, que no podía cerrar a tiempo y que hacían que el barco cada vez se hundiese un poco más. Algunos días encontraba calderos para achicar el agua, pero las más de las veces lo que faltaban era tapones, girar el timón buscando un imposible, salvar la marejada para no hundirme en el mar, para no hundirnos en el mar de lo extinto.
            - Agárrate fuerte a mí,  Xania.
            Pero el salvavidas ya no era lo de antes. Quizás solo fuese mi cabeza la que iba a la deriva; cuánto más la abrazaba más daño creía hacerle, todo seguía igual pero distinto. Las noches en su casa, los cafés alrededor de las pequeñas mesas redondas de madera donde las mismas palabras formaban las mismas frases ya dichas, ninguno de los dos lo quería admitir, pero cuando se toca lo más alto solo se puede aspirar a llegar a lo más bajo.
            - Agárrete fuerte a mí, Xania.
            - ¿Otra vez?
            - Es que tengo frío.
            Y se reía, con aquellos labios anhelantes de felicidad que me besaban tiernamente. La escayola de Bormano se volvió a llenar de colores, de suciedad, coger un bolígrafo y escribir sobre ella, así de sencillo, en rojo, en azul, en verde, con cariño Xania, en negro. Intentar poner en orden las ideas puede  provocar el plantearse qué ideas hay que poner en orden; sobre todo cuando la estructura mental se tambalea y su colocación puede llegar a resultar una tarea más ardua de la que en un principio puede uno imaginarse, colocarlas en la casilla adecuada, tal vez solo buscar esa casilla, se convierte en toda una hazaña digna de alabanza y difícilmente realizable. Muchos días, sentado en el salón, veía en el edificio de enfrente una y otra vez desnudarse aquel cuerpo que por desearlo lo odiaba, María, mirándome y sonriéndome como dos escondidos amantes ocultando su amor, nombre abstracto para el gesto muy concreto que solo es muchas veces el sexo. Miraba y sonreía, y luego se quitaba la ropa y se marchaba. Me acordé de aquella cara durante mucho tiempo, demasiado, delante de aquella maldita ventana que podría haberse tapiado para no volverla a ver más. Era como un cuadro que tomaba vida, que se movía, como una fotografía que no se resigna a acumular polvo debajo de otras muchas fotografías y debe estar colgada en algún sitio para que no se olvide, para que no olvidase aquel infortunado suceso. Intenté encontrar coartadas a mi conciencia, tanto me las repetí que algunas casi consiguieron burlar la vigilancia, pero fracasaron, no soy el único que lo ha hecho, solo ha sido una vez, ella puede haber hecho lo mismo, solo ha sido un pequeño desliz, me engatusó, mi amor sigue siendo el mismo pese a todo, estaba borracho. Lo intenté pero ninguno funcionó, por lo visto no encontré la justificación adecuada. El tiempo lo borra todo, paciencia, eso me habían dicho una vez, sin embargo creo que no es del todo cierto, hay cosas que permanecen indelebles al paso del tiempo, porque aquella no se fue jamás de mi cabeza, no se ha ido jamás de mi cabeza.
            - Agárrate fuerte a mí, Xania.
            - ¿De nuevo?
            - Es que te quiero demasiado.

miércoles, 22 de enero de 2014

poesía nº 1


Dicen que no hay no hay dos sin tres 
y mirándote a los ojos
suspirando entre sollozos
veo que la vida es al revés.
Dijiste que me querías
como jamás a otro ser,
ahora quiero yo saber
por qué aquello me decías.
Fuiste una hipócrita
¿O me querías de verdad?
esa es una incógnita
que quisiera desvelar.
A ti yo la culpa te echo
de que no me supiste amar
¿O tal vez fui yo el culpable?
En este momento que más da.
Solo me queda decirte
que sepas que te amo
como cuando nuestro amor
con un beso lo sellamos.

el espíritu de los tiempos (15)



Con cariño, Xania. Cogí la escayola y lo volví a leer. Con cariño, Xania. Dejé la escayola sobre el banco de color verde y miré a Isaac antes de sentarme a la mesa.
            - Lo tenías que haber visto - decía Serban gesticulando con las manos en un tono casi de exclamación - se cae en un escalón y se le rompe la escayola por la mitad, como lo oyes, y lo más curioso de todo es que milagrosamente no se hizo nada en la pierna.
            - Tuvimos que ir al hospital a que le pusieran otra nueva. Nos tenías que haber visto, nosotros tres borrachos en la sala de espera y él dentro con los de urgencias todavía más borracho.
            Y los dos se reían. Bormano intentaba esbozar una sonrisa con su escayola nueva, mientras, Isaac hacía  una mueca antes de introducirse la cuchara llena de sopa en la boca en ademán de sonreír, mirándome y observando cómo bajaba la vista sobre mi plato. Dentro de mi cabeza alguien había formado un grupo con maracas, el malestar de la resaca que pensaba no tendría me alejaba de hacer cualquier gesto innecesario, ni siquiera levanté la cabeza para mirar a Yerkari y sonreírle el comentario.
            - Fue poco después de irte, al salir de aquel sitio, acuérdate, había dos escalones, pone mal la muleta y se cae delante nuestro como quien se tira a la cama. Lo tenías que haber visto.
            Serban y Yerkari siguieron contando el suceso de la noche anterior; era el día de Navidad y solo quería olvidarme de la maldita resaca que me taladraba la cabeza y de lo sucedido en la casa de María, como la virgen, había dicho. La sopa se acabó y después continuó todo lo demás, la langosta, la tarta, el café que me recordaba a María desnuda. Decidí hacerme un porro y sin darme cuenta me fumé dos más. Me levanté y les dije que me iba a dormir un poco más. La escayola seguía en el mismo sitio. Con cariño, Xania. Escrito en negro.
            -¿Qué vas a hacer con la escayola? - le pregunté a Bormano.
            - Guardarla de recuerdo.
            Cerré la puerta y me dirigí a mi cama, me metí dentro de ella y me apreté contra las sábanas. Podía recordar perfectamente todo lo sucedido, cómo me había mirado y cómo me había hablado, la invitación al café, la tela azul sobre el suelo, sus tetas, sus labios, su cuerpo entero y la cara de Xania  llena de amargura. Decidí no decirle nada, no hacerle daño después de habérselo hecho. Ojos que no ven  corazón que no siente, que las palabras puede no llevárselas el viento y los recuerdos en mi cabeza no le pueden herir a nadie más que a mí. Intenté dormir sin éxito, y cuando parecía que iba a lograrlo la puerta se abrió y por ella apareció Isaac, que también iba a dormir. Caminó sigilosamente hasta su cama y antes de acostarse me miró, cruzándose nuestra mirada.
            - ¿Dónde te metiste ayer? Dijiste que venías para casa - preguntó.
            Le observé callado, intentando ganar tiempo para coordinar una respuesta coherente y convincente. Recordaba que al llegar a casa, ya de día, Isaac se había girado en la cama al cerrar la puerta de la habitación y me había mirado callado, por un momento, para luego cerrar los ojos y volver a dormirse.
            - Me encontré con un par de tipos y me fui con ellos a tomar la última copa. Por eso llegué más tarde.
            Respuesta correcta. Isaac se metió en la cama y se olvidó de mí. Abracé la alhomada concentrándome en encontrar pronto el sueño. Pero el sueño parecía no querer venir nunca y alejarme por un tiempo de mi conciencia. Xania, ¿dónde estarías ahora, tan lejos en este momento? Me callaría, eso era algo indudable, no podía permitirme el lujo de perderla, la quería demasiado. Entonces ¿ por qué había sido infiel? Quizás no lo era, siempre le había querido solamente a ella y mi acto solamente era un prejuicio cultural, o tal vez ya lo era hace mucho tiempo, desde que vi aquel cuerpo desnudo detrás de la ventana deseándolo; sabía de sobra qué podría pasar cuando decidí subir a su casa, si no por qué había subido, ni yo mismo me creía que solo quería tomar café con ella, hay miradas que no saben mentir por más que lo pretendan. ¿Dónde había dejado el respeto que le tenía? ¿Y qué era el respeto? Delante mío seguía viendo el cuerpo de aquella mujer, moviéndose para mí,, sobre mí, inclinado sobre la taza de café con el escote sobre mi cara, deseoso de ser tocado, y yo, pobre mortal que no soy de piedra; no era mi culpa. La resaca se había ido por el efecto de los porros, ya no me dolía la cabeza, simplemente no la sentía. Di un par de vueltas en la cama y me abracé más fuerte a la almohada, cuánto se puede abrazar a la almohada, pensé, nunca se queja, nunca protesta, solamente permanece fría.
            Me levanté y me fui al salón, había pasado una hora y no había conseguido dormir. Seguía sin sentir la cabeza, me senté en el sofá y miré a la pantalla encendida. La mesa estaba recogida, Serban y Yerkari no estaban pero Bormano permanecía a mi lado. Le brillaba la escayola nueva, blanca inmaculada, todavía no tenía nada escrito, ni ese color de suciedad que impregnaba a la anterior. Por la pantalla aparecía la misma película de Navidad que el año pasado, de todos los años. Bormano no tenía buena cara, todavía llevaba impresas en la cara las secuelas de la juerga de la noche pasada. Pese a la caída había tenido suerte, por lo visto la pierna había permanecido indemne al accidente. Como ninguno de los dos teníamos mucha intención de hablar nos limitamos a cruzar unas pocas palabras mientras nuestras miradas se dirigían al niño que volvía a recuperar a su padre perdido. Su casa, que por lo general solía estar bastante bulliciosa, no emitía más sonido que el proveniente de la televisión. Miré a la ventana y pude observar la ventana desde donde unas horas antes había estado mirando la misma calle que ahora veía desde esta otra parte. Las cortinas estaban abiertas y me introduje con la mirada y el recuerdo en esa habitación que ahora conocía tan bien, donde estaba el sofá del delito y la mesita de la taza de café, la alfombra oscura y la lengua de María.
            - ¿Te distes cuenta cómo nos miraba ayer?
            - ¿Qué? - le dije a Bormano.
            - Si te distes cuenta cómo nos miraba ayer la vecina en el aquel sitio donde estuvimos al principio.
            Por lo visto yo no era el único que se había dado cuenta, Bormano también había notado aquella mirada tan persistente que nos había dirigido.
            - ¿Qué vecina?
            - La de enfrente, la que se desnuda delante nuestro, ahí, en la ventana. Recuerdo que estaba bailando y que varias veces me miró la pierna.
            - No. No la recuerdo ahora mismo.
            - Pues tenías que haberla visto. Cómo bailaba la muy zorra, se movía como una serpiente. Cómo me gustaría follármela un día de estos, joder tío, cómo se movía. ¿Cuántas personas conoces que se desnuden delante de la ventana? Y lo buena que está, por eso lo hace, para excitar a los demás.
            Como si fuese una charla a tres, tras la ventana apareció María medio desnuda para observar el cielo que empezaba a oscurecer, miró hacia nosotros y sonrió. Luego se marchó.
            - ¿Qué te decía? Me pone cardiaco, un día de estos va a saber lo que es un hombre de verdad.
            Bormano no solía ser tan explícito en este tipo de observaciones.
            -¿Y Leslia? - Tanteé.
            Me miró calladamente. Se tomó unos momentos de reflexión y después volvió a mirar hacia la ventana del edificio de enfrente.
            - Sí, es cierto, Leslia. Si me lo permitiese la conciencia ya lo hubiese hecho hace tiempo. Siempre me pasa lo mismo, digo mucho y nunca hago nada, pero es que esa zorra ya me insinuó algo una vez. De todas formas no merece la pena perder el tiempo con alguien que se ha tirado a media ciudad, prefiero tener la conciencia tranquila.
            - Te entiendo perfectamente.
            Volvimos a la pantalla y al silencio roto por los anuncios de champan, por los turrones, las colonias, las migas que aún permanecían en el suelo, las películas blancas, las colonias, los turrones, los coches, coca-cola y los niños cantores de Viena. Después el padre abrazaba al hijo reencontrado.



            Isaac me dijo que le llevase a la chatarrería; no me explicó muy bien el motivo. Debajo del brazo llevaba una carpeta azul con tapas de cartón; apenas quedaban un par de días para acabar el año, dejamos a Bormano con la escayola sobre una silla y nos marchamos a la chatarrería. Ésta seguía parecida a la última vez que la había visto, tres semanas antes, y desde entonces parecía que no había habido mucho movimiento. Llegamos y nos bajamos delante de la casa, Isaac buscó algo de madera y un poco de cartón y lo roció con gasolina, después le prendió fuego. Era uno de esos días de Diciembre donde el cielo permanece azul y el viento calmado, Isaac abrió la carpeta y comenzó a tirar los papeles de uno en uno, mirándolos por encima, al fuego, los ojeaba y los tiraba, viendo cómo se quemaban en un instante. Podía distinguir claramente cómo aquellos papeles que Isaac estaba quemando eran los mismos que en tantas noches había escrito y que alguna vez me había dejado leer; ahora los dejaba caer a la hoguera sin el más mínimo gesto de tristeza, solo los veía quemarse y desaparecer.
            - ¿Qué haces? - le pregunté con extrañeza.
            - Quemarlos ¿no lo ves? - respondió con calma mientras seguía tirando las hojas lentamente.
            - ¿Y para esto me has hecho venir hasta aquí?
            - ¿No querrías que hubiese hecho una hoguera en casa?
            - No, no me refiero a eso, - le objeté - lo que digo es que si lo que querías era deshacerte de ellos podrías haberlos tirado a la basura.
            - No, quería quemarlo, hacerlo desaparecer completamente.
            Teníamos tiempo. Habíamos dicho que iríamos a comer y todavía quedaban un par de horas aproximadamente. Mientras, observaba cómo las cenizas se iban acumulando.
            - ¿Y para qué las querías quemar? - le volví a preguntar.
            - Porque ya lo he terminado.
            - ¿El qué?
            - Esto. ¿No lo ves? lo que estoy quemando.
            - ¿Y que era?
            - Algo parecido a una novela, no sabría muy bien cómo definirlo.
            - ¿Y por qué lo quieres quemar?
            - Ya te lo he dicho, porque ya la había terminado.
            - Es que no entiendo por qué quieres tirar algo que te ha costado tanto hacer. Pensaba que te lo quedarías.
            En la carpeta azul cada vez le quedaban menos hojas, realmente ya le quedaban muy pocas, casi ninguna.
            - ¿Te acuerdas de lo que te dije un día acerca de las hojas vacías y las hojas llenas? Una vez que ya está escrita no la quiero para nada. Por lo menos en un cuadro se podría volver a pintar encima. Además, no me acababa de convencer.
            Y dicho esto terminó de tirar la última hoja. Miró por un momento la carpeta y también la tiró a la pequeña hoguera que empezaba a flaquear.
            - Ya nos podemos marchar.
            Nos dirigimos hacia el coche, nos montamos, arranqué y nos marchamos para casa; todavía se veían los últimos alientos de la hoguera.
            - ¿Por qué has tirado la carpeta? Te podría haber servido para algo.
            - Había puesto el título en la cubierta - respondió sacando el mechero plateado del bolsillo y encendiendo el cigarrillo que se acababa de colocar en la boca.



            Llegó la Nochevieja y con ella Xania. Recuerdo que el primer beso fue un puñal en su espalda.
            - Te he echado de menos, cariño.
            - Yo también.
            Después los demás besos duelen menos, cada vez menos, hasta que solo queda un sabor amargo en las entrañas. Le miraba, la besaba y le sonreía. Ella hacía lo mismo, luego nos abrazábamos, o paseábamos, o hacíamos el amor, o nos tomábamos el café que teníamos sobre la mesa que nos separaba en la cafetería. Con la nochevieja también llegó el año nuevo y algunos kilos de más para Bormano, producto del nuevo nerviosismo que se apoderado de él; los demás manteníamos la calma y permanecíamos en una aparente indiferencia ante el próximo negocio, cuando hubiese que preocuparse lo haríamos, mientras tanto intentábamos disfrutar de los días de Navidad. Preparamos otra gran cena para despedir a este año que tanto nos había dado y para saludar al nuevo que nos habría de deparar mejores augurios. Otra vez hubo langosta, Bormano se volvió a empeñar en comer langosta, por lo visto era uno de sus vicios ocultos. Isaac parecía más alegre desde había hecho la hoguera, era como si con los papeles quemados también hubiese quemado parte de un peso que le atrapaba. El tiempo empeoró, ya lo llevaban anunciando los últimos partes meteorológicos, pero hasta que no comenzamos a ver algunos copos de nieve caer sobre nosotros no nos lo acabamos de creer. Sin embargo duró poco, apenas unas pocas horas, de forma débil, para luego desaparecer sin ni siquiera llegar a cuajar. Nos comimos las langostas, el pescado, el turrón. Fue una noche más tranquila, con nosotros salieron Leslia y Xania, Hammer y también Arizoni. Bormano no se rompió la escayola, Leslia lo tenía atrapado entre sus brazos y no se separaba de su lado. Al final de la noche, como al final de muchas noches, acabé durmiendo en casa de mi dulce Xania, entre sus sábanas, sus piernas, sus labios y sus sombras. Me acordé de María, la misma María que como ella dijo era la virgen, de su ardor, mucho más intenso que las caricias sensuales de la mujer de mis consuelos, de aquella tela que apenas escondía nada, del olor del café de la cocina y su lengua lasciva, rápida, de aquella lengua que recorría mundos por mi piel y mi deseo reprimido, mi dulce Xania, dulce descanso, aquellas tetas y aquel culo, culpa de su sonrisa tímida que me dejó engañar y que ahora volvía en forma de recuerdo cruel en tu propia cama, y bien sabes que tres son muchos en una misma cama. Recuerdo que el orgasmo fue un orgasmo lleno de tristeza, ver tu cuerpo mío, mi mente sucia, y yo disfrazado con una máscara. Recuerdo que fue como clavarle un puñal por la espalda.
            - Te quiero, cariño.
            - Yo también, Xania.
            Solo que este dolor no se perdió, sino que siguió en cada uno de todos los momentos.



            Los reyes magos nos trajeron un montón de dinero, y todos brindamos con champan. Realmente la cantidad ascendía a una suma importante después de colocar toda la mercancía, algo que no nos suponía un gran esfuerzo. Los contactos de Lio Lin parecieron ser bastante serios con lo que se traían entre manos, no como los individuos con los que había estado tratando hasta entonces, estos eran hombres de negocios que tenían hasta el más mínimo detalle controlado. Prometimos negocios futuros, estrechamos las manos y nos fuimos para casa.
            - Después del próximo casa nueva - dijo Serban.
            - O arreglar ésta- le respondió Yerkari.
            - Yo prefiero una casa pequeña para los dos - volvió a decir Serban sonriéndole a Yerkari.
            - Cuidado con el dinero, no lo podemos sacar tan fácilmente. Algo habrá que hacer antes con él; no podéis comprar una casa con un dinero que no habéis ganado - objetó Bormano mirándose la escayola.
            - Una casa pequeña es poco dinero, no se fijarán en cosas así.
            - Tened cuidado; de todas formas ya se cómo lo vamos a hacer.
            Y el problema quedó zanjado, si Bormano sabía cómo hacerlo lo haría, no había por qué preocuparse más. Yo ni siquiera me había planteado qué hacer con el dinero, ahora que lo tenía tendría que pensarlo, seguramente me compraría un buen coche y después ya vería lo demás. Bormano adelgazó, el doble efecto de la Navidad y los nervios habían hecho que engordase siete u ocho kilos en poco tiempo. Además, el hecho de tener la escayola hacía que estuviese todo el día sentado, cuando no tumbado, por lo que apenas si adelgazó dos o tres kilos después de la Navidad, esa Navidad que había pasado tan deprisa como todas las anteriores y que había dejado más tristezas pero también mucho más dinero. Siempre era una seguridad. La escayola vieja quedó colgada de la pared, como un cuadro, clavada con una punta y una cuerda pendiendo hacia el vacío y todas las palabras ahí escritas muertas como una mancha sobre el blanco. Con cariño, Xania. Sentí que algo era el principio del fin y el giro al reverso de la moneda, un sentimiento empañado de vaho sucio que ya no podía hacer desaparecer limpiándolo, la Navidad se fue y se llevó a Papa Noel y al turrón, a  los anuncios repetitivos de colonias y grandes almacenes donde no había lugar más que para la alegría. Las noches delante de la televisión y las noches entre el humo y los silencios, acompañado o solo, mirando la ventana de enfrente donde a veces volvía la imagen de María con su sonrisa y sus tetas sobre la repisa, incitándome a volver a esa habitación que ahora odiaba. El negocio de la chatarrería ya solo era un recuerdo; a veces, cuando me despertaba pronto recordaba las mañanas en el camión sin radio con los botes de los baches sobre la carretera, volviendo a revivirlo con cierta nostalgia, las curvas, el hierro, hasta que abrazaba la almohada y seguía durmiendo hasta el mediodía. Había días que no salía de casa, otros ni siquiera entraba; la transgresión de la rutina se volvió en sí misma una rutina todavía más agresiva, porque era imposible escapar de ella. Isaac volvió a escribir una vez purificado por el fuego, sin apenas dejar tiempo para reflexionar, sentándose en el banco verde hasta saludar al amanecer, volviendo llenas lo que antes eran páginas vacías. Llenar y quemar; llenar y quemar, ¿para qué guardarlo? si ya estaba escrito ya no era importante, lo importante era el propio acto de escribir; siempre había quemado todo lo que había escrito, más tarde, más pronto, solo era cuestión de tiempo, del tiempo suficiente para que ya estuviese muerto del todo, después desaparecería quedándose solo un pequeño resquicio en la memoria. La vida se volvió fácil, muy fácil, demasiado fácil, pasar y poco más; Lio Lin y Bormano se encargaban de casi todo, nosotros no éramos poco más que una comparsa, satélites de un sol que brillaba más que nosotros; había dinero de sobra para una buena temporada y antes de que se acabase ya habríamos conseguido mucho más.